El perfil del agua
El elemento agua es la fuente de vida de cualquier ser vivo. Curiosamente, nuestro cuerpo posee el mismo porcentaje de agua como el que tiene el planeta Tierra. Sin este elemento nada crecería y no habría vida. El agua no tiene color, pero puedes teñirla de cualquiera. No tiene forma propia, sino que adopta la del recipiente que la contiene. El agua normalmente se mueve mediante el viento, la gravedad o bombas artificiales, se transporta y es guiada mediante canales, tuberías, etc. Es decir, es guiada por otros.
El agua en forma natural fluye hacia abajo, hacia los lugares bajos, llenando cavidades, huecos y recipientes. El agua es el único elemento en la naturaleza que puede presentarse en tres estados: líquido, sólido (hielo) y gaseoso (el vapor). Así es la persona que posee altas dosis de este elemento. Tal como el agua es el elemento que da vida, a la persona que posee altas dosis de este elemento le gusta gozar de la vida y sentirse vivo, por medio de los placeres.
Al igual que el agua, que no tiene color ni forma, y debe canalizarse, así es la persona con elemento agua dominante: no tiene ideas propias ni forma clara de vivir, pues es llevado y guiado por los placeres y por los sentimientos. Y a donde vaya la tendencia social y la adicción “de moda”, allá irá, y ese será su color y su forma actual. En su lado positivo, permite a la persona ser muy variable y adaptable; puede presentarse como líquido y dejarse lleva por la corriente social. En otra ocasión será sólida, fría y dura, y a veces simplemente se “vaporiza” a fin de pasar desapercibida. El agua tiene mucho poder.
Por un lado, da vida; por otro, en forma desproporcionada resulta devastadora y destructiva, como las inundaciones, los tsunamis, etc. Así que debe tenerse bajo control y obtener de ella lo positivo y limitar su lado negativo, lo que conocimos hasta ahora como hakarat hamidot. El arte del placer Las personas buscamos los placeres durante nuestra vida. Los disfrutamos, los gozamos y nos proporcionan una vida satisfactoria. Los buscamos en cualquier área de la vida, desde el placer de ver un simple paisaje, una soleada playa, escuchar música agradable, la comida, hasta experiencias placenteras más fuerte como el alcohol, las relaciones conyugales, los juegos, etcétera.
Sin embargo, la realidad es que la persecución del placer desproporcionado, en lugar de darnos vida, nos lleva a la ruina, la destrucción e incluso la muerte. Esta idea se halla insinuada en un juego de dos palabras en hebreo: óneg y nega. Óneg significa placer, algo que a todos nos agrada. Sin embargo, nega significa lo malo, lo problemático, de lo que, por lógica, todos huimos (es fácil recordar esta palabra, pues se refiere a todo lo negativo).
Lo curioso es que estas dos palabras en hebreo se escriben con las mismas letras: óneg, con ayn, nun y guímel; y nega con nun, guímel y ayn. Los animales tienen una regla acerca del placer: lo que es nega para ellos no es óneg. Es decir, ya que las verduras afectarían la salud de un león y un bistec de carne dañaría a un cordero, al encontrarse cada uno de ellos con estos alimentos no sienten ninguna atracción; les atraen los alimentos que les hacen bien. Simplemente persiguen el óneg y se alejan del nega.
En el ser humano increíblemente ocurre lo opuesto: cuanto más nega es lo que le atrae, más óneg y placer obtiene de ello. Por ejemplo, los alimentos dulces con grandes cantidades de azúcar, el chocolate, las cremas, etc., son muy placenteros, pero contienen nega: lípidos, carbohidratos y demás sustancias nocivas para el organismo. Y las carnes en general, con mucha grasa, la comida frita, etc., las gozas y hasta te chupas los dedos, pero contienen nega: colesterol, triglicéridos, exceso de proteínas, etc. Y ni hablar del gran placer del alcohol, las drogas, las apuestas, la infidelidad, el dinero sucio. Cuanto más peligroso y prohibido es, más lo deseamos y lo gozamos. En ese momento ignoramos el nega y simplemente gozamos el óneg, hasta que llegan las consecuencias negativas y la vida pasa la factura. ¿Cómo podemos tener en la vida óneg sin nega? La respuesta la insinuó Hashem en las letras de estas dos palabras, que se escriben con las mismas letras, pero con una sola diferencia: la ubicación de la letra ayn.
En la palabra óneg está al principio de la palabra y en nega está al final. Ayn en hebreo significa también “ojo”, para enseñarnos aquel que abre el ojo para medir, limitar y controlar los placeres, previendo las consecuencias de sus actos, y manteniendo las riendas del control en la mano, tendrá una vida llena de placer y óneg. Pero quien cierra el ojo y simplemente disfruta y goza desproporcionadamente, perdiendo el control de sí, al final, cuando le llegue la factura, abrirá el ayn, el ojo. Sin embargo, ya será tarde porque lo nega ya estará instalado.
Abramos bien el ojo y aprendamos la filosofía de para disfrutar de la vida a plenitud. La filosofía del placer Lo que leerán a continuación podrá cambiar por completo su visión de los placeres. Además les dará la fórmula del goce total.
El Rabino Eliyahu Dessler, gran pensador y filósofo, rompe el esquema que todos tenernos del placer con una simple pregunta: “¿Qué es lo que causa al ser humano el sentido del placer?”.
La mayoría contestaríamos: placer es comer, ver un partido de futbol, beber un jugo helado en un día caluroso, ver una película, escuchar a un cantante, entre otros. Sin embargo, Rabí Dessler rechaza esta respuesta y dice: “Nada de esto es lo que causa el placer, ya que si el chocolate es lo que nos causa el placer, ¿por qué al terminar de comernos toda una tableta, y empezar a comer otra y otra más, ya no lo disfrutamos, e incluso puede causarnos vomitar? Si el objeto es el que nos causa el placer, no debería tener un límite”. Y agrega: “Ninguna de estas cosas nos provocan placer.
Lo que provoca placer es el vacío, la necesidad el deseo, el hambre, la carencia. Al llenar el hueco que sentíamos por el chocolate sentimos placer; sin embargo, el siguiente bocado no nos resulta placentero, porque ya no hay ningún vacío”. Es una idea revolucionaria. Tomando en cuenta lo mencionado anteriormente de que los placeres provienen del elemento agua, esto se entenderá mejor. El agua necesita un estanque, un recipiente para estar en él. Si llenamos un vaso pequeño con agua y ésta llega al borde, diremos que el vaso está lleno.
Pero si ponemos la misma cantidad de agua en un vaso tres veces más grande, diremos que hay muy poca agua en él. Es decir, dependiendo del recipiente se evalúa la cantidad de agua. Así ocurre con los placeres. Cuando uno mismo se abre un agujero muy amplio, los placeres tienen que tomarse en cantidad mucho mayor para llegar a sentir el placer de estar lleno. En cambio otro, que limitó y controló el tamaño de su vaso con un poco de aguas placenteras, ya se sentirá lleno. Por ejemplo, tomemos el hecho de disfrutar del placer de tomar vino.
Para unos, tomarse una copita mientras comen es un placer muy grande y se levantan de la mesa satisfechos con el buen sabor que tenía el vino. Para otros, que abrieron dentro de sí un hueco de placer demasiado grande, una copa no les da placer; quizás una botella, pues se autoeducaron a pensar que tomar vino sin llegar a emborracharse no es placer. Entonces no tendrán otra más que tomar y tomar hasta perder la cabeza, y sólo borrachos se sentirán llenos y satisfechos.
Así sucede con todos los placeres de la vida. Todos dependen del vacío interior que nosotros mismos nos creamos. Respecto al estómago, ¿cuánta comida se necesita para llenarlo y sentirse satisfecho? Pues depende. Si la persona es menuda y delgada, con poca comida ya se sentirá llena. Y si es alguien grande y obeso, necesitará mayor cantidad. Así sucede en la vida con los placeres.
Hay algunos que se controlaron y se dominaron para mantenerse “delgados” y poca cantidad de placer los llena, a diferencia de otros “obesos y golosos”, cuyos niveles de placer para sentirse satisfechos son tan exagerados que incluso corren peligro, Y lo peor es que en caso de escasez de comida, el delgado igual se sentirá satisfecho, ya que con poco le alcanza: sin embargo, el obeso estará en problemas.
Esto se refleja, por ejemplo, al hacer un viaje y el único lugar que queda en el avión es hasta atrás y en medio, y el único hotel disponible es uno de tres estrellas, y el único restaurante que queda abierto es uno muy simple. Con este panorama, el hijo de un millonario, digamos, que toda su vida respiró lujos y el único lugar en el avión que conoce es en primera clase, y los hoteles en que se alojó son de cinco estrellas o más, y los restaurantes en que comió fueron para gourmets, se sentirá terriblemente mal, ya que estas “pocas aguas” no alcanzan a llenar el estanque interior que tiene. Sin embargo, una persona común y corriente se sentirá afortunada de volar en un avión, de dormir en un hotel y de comer en un restaurante, incluso de esa calidad, ya que representan suficiente agua para llenar su pequeño vaso. ¿Placer o necesidad?
Cuando educamos a nuestros hijos, sin darnos cuenta les estamos abriendo recipientes de placer y el tamaño de éstos normalmente depende de nosotros. Ningún niño nace con placer por el fútbol, la música o la Toráh. Nosotros, como padres y educadores, les abrimos el vaso del apetito por el placer. Por ejemplo, desde chiquito compramos al niño el uniforme de un equipo famoso de fútbol y un balón, lo sentamos con nosotros para ver un partido, hacemos que escuche nuestros gritos de emoción e incluso lo llevamos al estadio y luchamos allá para que alcance a tocar al jugador y obtenga un autógrafo.
Para este niño, el fútbol será un placer y quizás la música será su mayor aburrimiento. A otro, sus padres lo educaron para gozar de instrumentos musicales, le compraron un piano o una guitarra, un maestro particular le enseñó a dominar el instrumento, le compraron discos musicales e incluso lo llevan a conciertos; en su recámara tiene una gran foto abrazado con el director de una sinfónica. Este niño lo más probable es que goce de la música y tal vez el fútbol no lo atraiga.
Igual sucede con el niño al que educaron a amar a Hashem, a rezar con concentración, leer la parashá, estudiar la Toráh. Incluso su papá lo lleva a escuchar conferencias y recibir bendiciones de un gran tzadik; le compra libros y hasta uno de ellos está firmado por el mismo rabino autor del libro. Este niño disfrutará de una vida espiritual, un Shabat y una clase de Toráh. Y quizá la discoteca y la música de rock no le atraigan, e incluso le molesten.
Y así sucesivamente en todos los casos y en todas las casas, por lo regular educamos a nuestros hijos a que disfrutar y qué no, y qué cantidad de aguas (placer) necesitan para satisfacerse. Y por supuesto, no solamente los padres son quienes abren los “estanques” de placer, sino también la sociedad, el entorno y la naturaleza individual de cada uno pueden llegar a ofrecer todo un menú de placeres. Sin embargo, nos cuesta entender que al darles todo y en mucha cantidad les abrimos tanto el “apetito inferior” que el día de mañana se les hará difícil disfrutar con menos que eso. Por ejemplo, si yo digo a mi hijo: “Apréndete un salmo de Tehilim de memoria y te daré un cuadrito del chocolate. Y si lo dices sin ningún error, te daré dos cuadrito de toda la tableta”.
Digamos que el niño lo hace y recibe uno o dos cuadritos por cada salmo. Si un día, sin ningún motivo especial, le doy por un pequeño salmo toda la tableta, y lo recompenso de la misma manera por los siguientes salmos, después de unos días en que ha estado recibiendo toda la tableta no podré satisfacerlo de nuevo con un solo cuadrito, ya que la proporción de la recompensa por aprenderse un salmo creció. Y al recibir menos, él ya se sentirá vacío y mal pagado.
Este ejemplo del chocolate se aplica a todo lo que damos a nuestros hijos, desde la calidad de casa, cuarto, marcas de ropa, viajes, etc. Cuando se acostumbran a mucho de niños, entonces, cuando se casen, si la situación no presenta la cantidad de “agua” necesaria para llenar el gran vaso que adquirieron, sufrirán de mucha sed. Hace tiempo atendí un caso de problemas de pareja que ella reclamaba: “Es que él no tiene suficiente para llevarme a esquiar dos veces al año”. La verdad, no pude creer lo que escuchaba.
¿Acaso vale la pena dar fin a un matrimonio por no esquiar dos veces al año? Sin embargo, al indagar un poco más, entendí todo. De pequeña, los padres de la mujer la acostumbraron a tener este tipo de placer y la situación económica lo permitía. Y aunque ellos lo hicieron para darle placer, en ella se convirtió en necesidad.
Por eso ahora sufre debido a que los lujos de los padres se convirtieron en necesidades de los hijos. No codiciarás Podemos ver gente con casas bonitas, un coche, trabajo y manutención, familia bonita, y con todo eso van por la vida tristes y con una sensación de vacío, ya que el lujo que vieron en casa del vecino, el auto moderno que maneja el amigo, la riqueza que posee su jefe, abrieron en ellos un vacío tan grande que las aguas que tienen no alcanzan a saciarlo. Por eso la Toráh dijo: “No codiciarás ni desearas lo que tiene el otro” (Debarim 5:18).
Y ahora entendemos la filosofía del porqué: al desear y codiciar tanto, abres en ti un vacío tan grande que lo que te toca tener y vivir no te llena y, por tanto, no te alegra, y vives amargado sin disfrutar de lo que tienes. Este concepto lleva a una ramificación muy delicada, que es la infidelidad. Cuestionémonos: ¿acaso es posible que vivas siempre con la misma pareja, y que ésta te proporcione placer y llene tu vaso sin llegar a hartarte o aburrirte de ella? La respuesta es: depende. Si vas a lugares de tentación o ves imágenes o películas sugestivas, codicias y deseas a la esposa de tu prójimo, o te llenas de fantasías prohibidas, todo eso abre en ti un hueco tan grande que de seguro tu pareja no podrá llenarte, y lamentablemente, buscarás y pastarás en campos ajenos para conseguir más aguas que te sacien.
Si vivimos de acuerdo con la recomendación de Hashem en la Toráh, cuidando nuestros ojos, no yendo a lugares de tentación ni mixtos, no viendo cierto tipo de películas, guardando el recato y no deseando o codiciando nada ni nadie, lograremos controlar el tamaño del vaso y nuestra pareja seguro nos va a llenar. Y si agregamos el poderoso ingrediente de la ley de pureza familiar —por medio de la abstención de relaciones conyugales durante algunos días del mes—, creamos en nosotros un vacío y un deseo, el cual se llena y se desborda en el día de la tevilá.
Así es con todos los placeres de la vida: controlando el tamaño de las expectativas el placer es mayor. Ahora entenderemos cuál es la problemática de los jóvenes en la actualidad. Se sienten tan vacíos porque hay dentro de ellos “agujeros negros” como los que se encuentran en el espacio, y estos les provocan que quieren tragarse al mundo. Y a pesar de tantos placeres que obtienen, nada los llena. Y lo peor es que mientras buscan el placer incrementan la dosis, la cantidad y la frecuencia… Convierten todos esos placeres en adicción y necesidad, y ya no les proporcionan placer. Y las aguas que en cantidades mesuradas normalmente les dan vida, se convierten en una inundación y en un círculo vicioso, como un remolino en el cual terminan ahogados.
Secar el manantial Como señalamos hasta ahora, cuando un elemento se sale de proporción y nos causa daño debemos irnos al otro extremo por un tiempo para poder después dominarlo; es decir, llevar a cabo lo que se denomina en hebreo Teshuvat hamishkal. Sólo hay que saber algo muy importante: secar el manantial por un tiempo debe hacerse con cuidado, orientación y un plan adecuado; de lo contrario es como un resorte que, al comprimirlo demasiado, se desata sin control. Como en el caso de Noaj, que estuvo encerrado en el arca durante un año alejado de los placeres, cuando salió de ella, él mismo se emborrachó y su hijo cometió un acto obsceno e inmoral.
El secreto para no desatarnos sin control está en nuestra mente, la cual en ese periodo de sequía tiene que reflexionar, analizar y ver lo negativo, y la mala situación a la que llego debido a la inundación de las aguas placenteras. Prácticamente todo reside en la diferencia entre aguantarse y controlarse. Aguantarse significa: “Lo quiero, pero no puedo…”. Y controlarse consiste en: “No lo quiero, ya que es dañino para mí…”. La diferencia será notable cuando ya no haya control: el que se aguantó porque no pudo, ahora puede y quizás vuelva a caer, y el que entendió a plenitud con su mente y logra dominarse, también sin ser controlado se cuidará.
Por ejemplo, un fumador o un bebedor cuya esposa lo amenaza con que si vuelve a su vicio se divorciará de él, a fin de conservar su matrimonio y no provocar el enojo de su pareja decide no fumar o tomar. Esta persona puede catalogarse como alguien que se aguanta, pero no se controla, y a la primera oportunidad que tenga, cuando ella no esté o él salga de viaje, volverá a hacerlo. Sin embargo, si a raíz de la petición de ella tomo cursos y asistió a pláticas donde le explican lo dañino que es y las consecuencias negativas a que le puede llevar su adicción, entonces podrá adquirir el control de la situación y bajo cualquier circunstancia, no volverá a caer.
Aunque los deseos lleguen a tener complicaciones, debemos saber que nadie puede vivir sin deseos, con un manantial prácticamente seco, ya que una vida de abstención de todo tipo de placer no es vida, e incluso está prohibido por la Toráh, pues el que no tiene deseos de ganar dinero nunca saldrá a trabajar ni tendrá aspiraciones para lograr una vida mejor, de la misma manera que quien no tiene deseos de honor nunca se desarrollara públicamente ni será una persona exitosa. Todos los deseos son necesarios… solamente que deben ser controlados y mantenidos en equilibrio.
Se relata en la Guemará que durante la época del Segundo Templo, al ver nuestros Sabios que el deseo sexual en el pueblo había alcanzado niveles desproporcionados, se congregaron para realizar un ritual de rezo muy profundo mediante el cual podían opacar ese deseo. El resultado fue que durante tres días ninguna gallina puso huevos. Es decir, redujeron tanto el deseo sexual que ya no hubo ningún contacto físico… ni entre animales. Con esto comprendieron que este deseo es necesario pues sin él se evita la llegada de futuras generaciones, por lo que anularon lo hecho y dejaron que el mundo siguiera su rumbo.
Con esto los Sabios nos demostraron la problemática de los extremos: ninguno de ellos sirve para la vida. Además, en el tratado de Taanit (11a) la Guemará trae la opinión del gran Rabino Shemuel: “Una persona que ayuna mucho, por esa abstención se le considera pecador’. Basa esta declaración en lo que dijo el gran Taná Rabí Elazar: “El nazareo (es decir, el que ha jurado abstenerse de muchos placeres, por ejemplo, no tomar vino y abandonar su belleza al dejarse crecer el cabello y la barba, etc.), al finalizar la fecha de su voto traía un sacrificio, y dice la Toráh: ‘Con este sacrificio se le perdonará el pecado que cometió con su alma”.
Pregunta Rabí Elazar: ¿Qué pecado cometió el nazareo? Y responde: Afligió su alma al no disfrutar de placeres permitidos”. Este relato nos hace entender la visión del judaísmo: no vivas con tu manantial seco ni desbordado; goza del vino pero con control; disfruta de una relación, pero solo con tu pareja y en los tiempos permitidos; disfruta del dinero, pero sólo el que hayas obtenido honestamente; y así sucesivamente en cada placer que Hashem implantó en el mundo.
Mientras tengas control, lo disfrutarás. Sin embargo, ten cuidado con los placeres que te absorben, ya que dejarás de ser rey y serás esclavo de ellos. Cuentan que durante una de sus campañas militares, Napoleón Bonaparte dormía en el campo rodeado de sus soldados. De repente, a mitad de la noche una terrible sed lo despertó y dio inicio una lucha interna en él: “Estoy cansado. No tengo fuerzas para ir hasta el manantial para beber… Pero no puede ser que el cansancio domine a Napoleón”, pensó. Así que se levantó para ir a beber. Entonces se dijo: “No puede ser que un vaso de agua venza a Napoleón y le quite el placer de dormir”.
Por tanto, regresó a la cama. Sin embargo, se cuestionó: “¿No será que de nuevo me ha conquistado la flojera?” y así sucesivamente batalló una y otra vez consigo mismo. ¿Quién lo estaba venciendo? Al final, decidió levantarse, ir hasta el manantial, no beber y regresar a dormir, y se dijo: “No me ganó la flojera ni la sed”. Sin embargo yo creo que en realidad lo único que le ganó fue el orgullo. Nunca debemos ser tan duros con nosotros mismos ni tan controlados. Placeres puros Hay personas que viven en el puro placer y otras que buscan el placer puro.
Cuando Hashem creó el mundo, dice uno de los primeros versículos de la Toráh que todo estaba lleno de agua y posteriormente Hashem separó entre las aguas terrenales y las aguas celestiales. En la dimensión del Rémez, esto tiene un significado maravilloso, tomando en cuenta lo que dijo Rabí Jaim Vital respecto a que el elemento agua se encarga de los placeres: Hashem creó un mundo lleno de aguas, es decir, lleno de placeres, pero los separó en placeres terrenales y celestiales.
La persona tiene el libre albedrío de decidir qué clase de aguas la llenarán, con qué fuente de agua regará su jardín de vida. Por ejemplo, puedes llenar tu vida de puros placeres terrenales: comer, dormir, viajar, gastar, comprar, etc. Pero debes saber que hay otra fuente de agua y si abres un vacío en ti para tomarle gusto, te permitirá disfrutar de conceptos de Torah, de cumplimiento de mitzvot, de ayudar al prójimo y al necesitado, llenarte de fe y amor al Creador y muchas cosas más. Sin embargo, debes saber que hay una diferencia, entre las dos fuentes de placer: la terrenal es fácil y resulta casi natural aficionarse y enamorarse de ella; mientras que para obtener la fuente celestial debes hacer un esfuerzo, abrirte a ella, probarla, saborearla, tomarle gusto y, poco a poco, ir disfrutando de ella.
Unas aguas están abajo y otras arriba. Para llegar abajo sólo debes caer y dejarte llevar, pero para llegar arriba se quiere escalar, realizar un esfuerzo. El resultado vale la pena, ya que no hay nada más dulce, saludable y placentero que las aguas celestiales. Por eso algunas personas te dirán que para ellos el día de Shabat es el más placentero de la semana, por el hecho de convivir con la familia, ir juntos al templo, sentarse a la mesa de Shabat con manjares y cánticos y la reflexión sobre la parashá gozar de clases de Toráh y reunirse en la sinagoga con los amigos de la comunidad.
A pesar de que en ese día no pueden manejar el auto, usar el elevador, cocinar, encender, la televisión, ir de compras y ni siquiera hablar por celular, nada de eso les afecta, porque aprendieron a no necesitarlo en ese día. No tienen siquiera un agujero para esas aguas y abren uno ese día para las aguas celestiales y espirituales. Y para otros, ese modo de vivir el Shabat parece un arresto domiciliario, lleno de aburrimiento y fastidio. Recordemos que en muchas ocasiones la Toráh se compara con el agua, y la condición imprescindible para estudiarla es tener sed, ya que a una persona que no ha creado dentro de si un vacío y una sed por obtener información celestial y espiritual cualquier clase de Toráh le aburre.
Pero quien cumple lo dicho en la Mishná de Pirké Abot (1:4): “Bebe con sed las palabra de Toráh”, o como dijo el Rey David en Tehilim (42:3): “Mi alma está sedienta de Hashem”, es el que la disfruta. Por ello la Toráh se entregó justamente en el lugar en que más se sufre la sed: el desierto, y cada gota de agua que caiga en el rápidamente se absorberá en sus ardientes arenas. De la misma manera hay que sentirnos con las aguas celestiales. Equilibrar las aguas Repito lo que afirma Rab Dessler: nada causa placer, ni siquiera el Shabat, la Toráh o las mitzvot. Todo depende de la clase de sed con que te educaste. Hashem nada más te ofrece un mundo de placeres, lleno de agua, y te invita a combinar y llenar tu estanque con aguas terrenales y celestiales, dependiendo del momento y las circunstancias.
Como hemos aclarado ya, el judaísmo te invita a disfrutar de ambas aguas. El ejemplo típico son los días de festividad y el Shabat, en los que se combinan las aguas terrenales, como exquisitas comidas, un gran lejáim con un buen vino, la reunión familiar, amigos e invitados, risas, alegría, etc., y las aguas celestiales, como los rezos, los rituales, las bendiciones y las palabras de Toráh, llenas de reflexión y enseñanzas. Curiosamente, el valor numérico de la palabra “agua” en hebreo suma 90, y si unimos las aguas terrenales y celestiales, dos veces “agua”, obtenemos 180, el mismo valor numérico que las palabras Midá nejoná, “medidas correctas” simbolizando así que el secreto en la vida es saber juntar estas dos aguas en sus medidas correctas, para poseer Kol ze tov veyafé, todo lo bueno y lo bello en la vida – frase que también suma 180.
Conclusíón En nuestras manos está el tamaño del vaso y la elección de con que aguas llenarlo. Parece ilógico, pero así es. “Tú decides de que disfrutar la vida y cuál es la cantidad que te dejará satisfecho.’ Esta frase vale oro, porque nos deja el control del placer en nuestras manos. No nos eduquemos para disfrutar de cosas dañinas; no nos abramos el apetito por cosas prohibidas; no busquemos llenar el vaso con agua sucia, porque el día de mañana lo lamentaremos. Controlemos el tamaño del vaso, primeramente de nuestros hijos que nacieron sin vaso, y nosotros somos quienes se lo formamos.
Ayudémosles a disfrutar mucho y siempre, acostumbrándolos a una vida humilde. Y aunque tengamos mucho para darles, nadie nos garantiza que el día de mañana ellos podrían tenerlo. Entre las categorías de pobreza se hallan el aní, el pobre; el dal, que vive en extrema pobreza; y el más pobre de todos el evión, que es el rico que se vuelve pobre. El agujero de este último es tan grande que en esta situación de pobreza sufre mucho más que un pobre. Así que no hay como educar a los hijos dándoles de menos a más, para ir ascendiendo paulatinamente, con pasos pequeños, mismos que causarán cada vez mayor placer.
Usemos como ejemplo de vida placentera los siguientes casos: digamos que a dos personas se les decreta vivir un nivel económico de clase media, pero una llega a ese nivel después de unos años de pobreza, y la otra llega después de años de vivir como multimillonario. La misma situación de clase media que tendrán las dos, a la primera la llenará de regocijo, placer y alegría, y a la otra de amargura, lagrimas, tristeza y depresión. Así que no importa cuántos lujos des a tus hijos.
Mientras sean controlados y medidos, y los aumentes y mejores siempre lograrás darles alegría, cosa que no podrás hacer cuando les des todo hoy y mañana menos. Todo depende del agujero. Y en cuanto a nosotros, que no somos niños, y ya cada uno tiene su gran vaso, debemos saber que nos conviene usar el ejemplo del “estómago del obeso”, que necesita muchísima comida para llenarlo. Si quiere dejar de depender de tanta cantidad para satisfacerse, empieza una dieta y, poco a poco va adelgazando y necesitando menos. En casos remotos, incluso necesitará operarse para reducir el tamaño del “vaso” y disfrutar así el día de mañana de porciones normales de comida.
Aunado a eso, le aconsejaríamos que a partir de hoy ingiriera comida sana, nutritiva, con vitaminas y minerales, no un tipo de alimentación que vuelva a abrirle un gran agujero que perjudique su salud. Así es como debemos educarnos para gozar de las aguas celestiales y puras que nos dan placer sano, bueno para nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestra sociedad. Y por supuesto, nos proporcionan la “visa” para los grandes placeres del Mundo Venidero. Uno debe cuestionarse: “De los placeres que persigo en la vida, ¿soy rey de ellos?, ¿los domino y los controlo, disfrutándolos en la proporción que quiero y cuando yo quiero, o simplemente me convertí en su súbdito?”.
En otras palabras, ¿Yo llamo al placer para que venga, o el placer me llama y me atrapa? Cuestionémonos: ¿cuánto dinero gastamos en perseguir los placeres? ¿Vale la pena? ¿Qué placeres dañan nuestra salud por los que hoy o mañana pagaremos las consecuencias? Como dicen por allí: “Hasta los cuarenta años uno gasta su salud para obtener dinero. A partir de los cuarenta, uno gasta su dinero por la salud”.
Pensemos: ¿cuántos de estos placeres que tanto perseguimos afectaron nuestra familia, nuestra vida en pareja, la paz en nuestro hogar o la educación de nuestros hijos, y más que todo, la imagen que les dejaremos como legado para el día de mañana? Reflexionemos: ¿cuántos de estos deseos fueron prohibidos y nos llevaron a transgredir nuestra sagrada ley, factura que terminaremos pagando en el Mundo por Venir? Interroguémonos: ¿cuántos de esos deseos prohibidos nos impidieron disfrutar de muchos placeres permitidos, como nuestra pareja, hijos, hogar, la mesa de Shabat, y nos hicieron perder nuestros principios y valores, estropeando la pureza de nuestra alma? ¿Cuántas aguas sucias mancharon nuestro vaso, y lo peor, le quitaron el sabor a las aguas celestiales?
No olviden cuál es la fuente de los placeres terrenales: La miel, que es la máxima dulzura, proviene del vomito de las abejas; La seda, con la que se produce una tela de la mejor calidad proviene de la saliva del gusano; El perfume, que es la más aromática esencia, proviene de la orina de liebres y el sudor de animales; El placer carnal se realiza a través de un conducto por el cual se eliminan desechos internos; Incluso, el petróleo, que es llamado “oro negro”, proviene de toda la basura orgánica acumulada a lo largo de muchos años. Sin embargo, así actuamos en este mundo. Perseguimos vómitos y saliva, y gozamos del aroma de la orina, y conducimos nuestra vida con basura.
A todo esto lo llamamos “buena vida”. Lamentablemente, la miel de la Toráh, proveniente de “la boca” de Hashem, la vestimenta de seda espiritual que nos envuelve con su esplendorosa aura, el fragante aroma de las mitzvot, con la relación entre el cuerpo y el alma, el cielo y la tierra, lo espiritual y lo material, que nos da el “combustible” celestial para conducirnos en la vida, todo esto lo menospreciamos y no lo deseamos tanto. No olvides: La mayoría de las aguas terrenales son saladas, y mientras mas tomes de ellas, más sed sentirás y no te saciarán. Por el contrario, las aguas que provienen de arriba, como la lluvia, son dulces y te sacian…
En la tierra también hay aguas dulces indicándonos que sí hay placeres terrenales permitidos y necesarios. Las aguas saladas del océano, cuando se elevan hacia el cielo, se convierten en lluvia de agua dulce, para mostrarnos que muchos placeres terrenales, al sublimarlos en un medio para cosas espirituales, se transforman en agua dulce. Relatan que en cierta ocasión llegó un joven millonario a visitar a un rabino que sufría del corazón, por lo que necesitaba estar en cama. El joven entró por primera vez a la casa del rabino para pedir de él una bendición y al ver la pobreza y la humildad en que vivía, le preguntó: Rabino, ¿no tiene televisión? ¿No ve películas? ¿No tiene internet? —No —contestó el rabino. — ¿Cómo puede vivir así? ¿No tiene jacuzzi? ¿Camas grandes? ¿Colchón ortopédico? ¿Ventanas a control remoto? ¿Cómo puede vivir así?
El rabino no contestó; simplemente cambió de tema y habló de su salud, de lo que le había dicho el doctor. Y antes de que el joven se despidiera, el rabino tomó una de las pastillas recetadas para su corazón y le preguntó: ¿Tienes esta pastilla en tu casa? No —contestó el joven. y este medicamento para controlar la presión arterial No, tampoco. — ¿Cómo puedes tú vivir sin esto? Rabino, es que no lo necesito. No estoy enfermo. Pues yo tampoco necesito nada de lo que tú mencionaste. Lleno el vaso de mi vida con otras aguas.
El Lado Positivo del elemento agua
El agua hace alusión a la bondad, ya que al igual que el agua corre de los lugares elevados, como las nubes, las montañas, etc., hacia los lugares bajos, como la tierra, los valles, así la caridad, la misericordia, y el hecho de ayudar provienen normalmente de arriba hacia abajo, es decir, del pudiente al necesitado. Desde el inicio de la Creación, el Creador dividió todo en dos, la parte que da y la parte que recibe.
El sol da y la luna recibe; el rico y el pobre, el maestro y el alumno, los padres y los hijos, el cielo y la tierra, etcétera. Nuestra naturaleza es el egoísmo: nacemos para recibir, vivimos buscando placeres y normalmente al encontrarnos con otro ser humano lo primero que pensamos es: “A ver qué beneficio obtengo de éste”, desde buena compañía, amistad, alegría, “palanca”, enseñanza, etc., todo lo cual es opuesto a lo que es el Creador, que sólo da y da… desde la vida a cada criatura y su manutención necesaria en las cadenas alimenticias, hasta el bien a cada ser, tanto terrenal como celestial. Sin embargo, la Toráh y las enseñanzas de nuestros Sabios nos invitan a romper nuestra naturaleza y parecernos a Él, a ser personas de dar, pues al hacerlo adoptamos Su imagen y semejanza, lo que nos lleva a una mayor cercanía y apego a Él.
La historia de la humanidad comienza con seres egoístas. Por ejemplo, Javá, al comer de la fruta prohibida, inmediatamente se dio cuenta de que fue seducida y engañada y por lógica, no tendría por qué llevar la fruta a su esposo Adam y seducirlo para que también él la comiera. Nuestros Sabios explican que el motivo que la llevó a hacer esto fue el egoísmo, ya que pensó: “Por qué yo seré castigada y el no”. O en el caso de Caín, quien asesinó a su hermano Hébel para obtener más de lo que tenía. Como explican nuestros Sabios, Caín envidió la esposa de Hébel y por obtenerla lo mató. Incluso Nóaj actuó con egoísmo, pues al saber que el y su familia se salvarían del diluvio, no veló ni se preocupó por los demás a fin de lograr el perdón y la salvación ellos.
La Toráh sigue con la historia del rey Nimrod, el primer dictador, que lo único que quería era obtener honores y súbditos, bienes y poder a cuenta del pueblo. Y el peor ejemplo de egoísmo se refleja en el capítulo que habla sobre la gente de Sodoma y Gomorra, quienes prohibían a los pobres a la ciudad y mataban al que daba caridad. Lo que importaba era tomar y acumular más y más, sin dar nada a nadie. En este panorama caótico, en el que lo único que importaba a todos era recibir, llega al mundo un ser humano diferente: Abraham Avinu, y empieza un sistema de altruismo, abriendo su casa para dar a todos los necesitados comida, bebida y refugio; da de su tiempo para sanar a los enfermos, comparte sus conocimientos con los ignorantes y con los equivocados, y todo esto de forma gratuita.
Por ello, en la Kabalá, Abraham Avinu simboliza la mano derecha, la mano de la bondad. La mano con la que debemos dar tzedaká y también representa el elemento agua, el cual baja de los lugares elevados a los bajos para dar vida, como la tzedaká que va de los pudientes a los necesitados dándoles mejor posibilidad de vida. Es por esa actitud que Hashem lo elige y lo nombra el fundador del pueblo elegido. Como dice Hashem en el versículo (Bereshit 18:19): “Sé que él ordenará a todos sus descendientes que vendrán detrás de él que cuiden el camino de Hashem haciendo la bondad y la justicia…”. (La palabra justicia y el concepto que contiene se aclararán más adelante.)
Analizando bien este versículo podríamos subrayar las palabras “el camino de Hashem, lo que significa ” el camino de dar”. Eso es lo que quiere Hashem que seamos y que trasmitamos a nuestros hijos para que también lo sean. No sólo buscar placeres en la vida, sino también darlos. Metafóricamente sería como levantarse por la mañana con un cántaro lleno de agua dulce y refrescante y buscar a quien servirle de esa agua placentera y sacarle una sonrisa. Y la lista de clientes es bien larga: Alegra a Hashem con el rezo del amanecer. A tu pareja, con una sonrisa y un elogio.
A tus padres, que ven la buena persona en la que te has convertido. Al portero de tu edificio, a quien saludas amablemente A cada uno de tus amigos, ya sea por medio de una ´palabra de Toráh, un chiste, una buena noticia. A la gente con la que te cruzas en el día, saludándola con una sonrisa cálida. E incluso a tus seres queridos que ya están en el Mundo Venidero, con un acto que eleve sus almas, llenándolos de gran alegría y honor. Y ni hablar del pobre, del necesitado, o simplemente de alguien que requiere de un consejo, un abrazo o compañía.
Como dije, la lista es larga. Sólo hay que querer ser una persona que da y no únicamente que recibe, usando el elemento agua, del cual todos estamos formados. Quizá por eso Hashem nos hizo con un cuerpo, que por una parte es un recipiente para recibir, y por la otra, nos creó con 75% de agua en el cuerpo, para enseñarnos que lo que espera de nosotros es que demos y no sólo que recibamos. En el libro Imré Shéfer, del rabino Shemuel Pinjasi, dice que este concepto fue insinuado por Hashem en el mapa de la Tierra de Israel, ya que en el norte hay una montaña Ilamada Jermón, que está cubierta de nieve y de ella bajan varios ríos que se concentran en el primer lago llamado Kinéret, con forma de corazón, cuyas aguas son dulces, ricas, llenas de vida acuática y la mayor parte del Estado de Israel bebe de esas aguas.
Del lado sur de este lago, se abre un canal conocido como el Rio Jordán, donde las aguas del Kinéret corren hacia abajo el segundo lago, conocido como el Mar Muerto, que tiene un contenido tan alto de sal que no permite la vida en él y nadie puede saciarse con sus aguas. De ahí el agua ya no corre más abajo; se queda estancada. Cabe preguntar: ¿cómo puede ser que de la misma fuente de agua haya tanta diferencia entre sus dos estanques? Obviamente, si preguntáramos a un geólogo tendría una explicación. Sin embargo, como ya sabemos, todo en la vida contiene un mensaje para nosotros.
El Rab Pinjasi explica que el lago kineret recibe las aguas de arriba y sabe darle agua a quien esta abajo. Por eso está lleno de vida y es dulce. Así es la persona de buen corazón, que sabe recibir, pero también sabe dar. Es una persona dulce y llena de vida. Sin embargo, el que sólo sabe recibir de arriba y no da a nadie, se compara al Mar Muerto: “salado” y sin vida. Usemos el lado positivo del elemento agua que poseemos para ser personas que dan, asemejándonos a Hashem, obteniendo de esta manera cercanía a Él, así como su cariño y bendición.
Controlemos la Bondad Como vimos anteriormente, también las cosas positivas (por ejemplo, el estudio de la Toráh y los rezos) deben tener un control y un límite, ya que la falta de ellos siempre causa daño. En este sentido, también cuando uno hace una obra de caridad o ayuda a alguien, debe saber que hay un límite que al ser rebasado convierte ese acto en una prohibición. Como dice en el Shulján Aruj, en las Leyes de Tzedaká (Yoré Deá 249:1): “Habitualmente uno debe dar una cantidad básica, que es el 10% del dinero que ganó, y lo máximo que puede dar es el 20%”. Y agrega el Ramá: “Y que no dé más de esto para que no llegue a empobrecerse el día de mañana y necesite él mismo ayuda”.
Esta ley no se aplica únicamente a la ayuda monetaria llevándola a la dimensión del Rémez, implicaría también en cualquier área de ayuda. Por ejemplo, si queremos ayudar a una persona que padece problemas y traumas del pasado, a pesar de que tengamos toda la disposición para hacerlo, si carecemos de experiencia o de habilidad, esta ayuda podría abrir heridas del pasado en nosotros y perjudicarnos, lo que pudiera provocar que nosotros mismos el día de mañana busquemos ayuda.
Otro ejemplo es intentar explicar la Toráh a un ateo; aun cuando la intención sea buena, debemos medir nuestra capacidad y analizar si estamos preparados para un debate con alguien que quizá termine confundiéndonos y corramos nosotros mismos un peligro. Hay que aclarar que no es porque él tenga la razón, porque no la tiene, sino por nuestra falta de información. Como en el deporte del box, si eres peso pluma no puedes subir al ring contra un peso pesado.
A pesar de tu buena intención, debes retirarte, conocer tu límite y dar paso al peso pesado. En caso de que éste no aparezca, tienes permitido dejar a tu prójimo en su situación equivocada, con todas las consecuencias de ésta, con tal de que no arriesgues tu vida. Todo esto se aprende de la Guemará (Babá Metziá 72a), que analiza el siguiente caso: dos hombres caminan por el desierto y a uno se le acaba el agua y al otro le queda muy poca. Si la toma, vivirá para cruzar el desierto. Si la comparte morirán los dos. ¿Qué debe hacer?
Ben Petorá opinaba que la dividieran entre los dos, aunque ambos mueran, y que uno no vea la muerte del otro. Sin embargo, el gran Rabí Akivá opinó en forma contraria y estableció la ley: el dueño del agua, a pesar de la mitzvá de hacer bondad con el necesitado, limitará el agua para sí mismo, velando de esta manera por su vida, ya que, en este caso, tiene precedencia sobre la del otro. De ahí que el Rey Salomón dijera en Kohélet (7:15): “Vi justos y bondadosos que se perdieron por su justicia y bondad”, No seas demasiado justo ni bondadoso, y no te creas muy inteligente, porque te quedarás desolado y vacío”, queriendo decir que perder el control, incluso sobre las cosas buenas, lleva a la ruina. Así también, dijo el profeta Amós (5:24): “Vierte como el agua tu justicia y tu bondad”.
Y cabe preguntar: ¿qué tiene que ver aquí la palabra justicia? Con lo explicado anteriormente se entiende: ¿quieres hacer bondad? Primero haz un análisis justo de cuánto tienes que dar y de qué forma lo darás para que no te perjudique, como dijo Hashem respecto, a Abraham: “Sé que educará a sus hijos a hacer bondad con justicia”. En otras palabras, bondad controlada.
Este concepto lo hallamos en las parejas que conformaron el Pueblo de Israel, nuestros Patriarcas y nuestras Matriarcas.
Abraham Avinu era excesivamente bondadoso pero su esposa Saráh era totalmente lo contrario: rígida, dura y con mucho control. La Toráh relata que cuando llegaron los tres invitados a la casa, Abraham le pidió que les preparara comida con harina (la cual es costosa por el esfuerzo de moler bien el trigo), y Saráh dijo que no, que les prepararía sémola, que es más barata. Esta situación es la que refleja exactamente el equilibrio.
Uno necesitaba al otro, más que todo, la bondad de Abraham requería de un límite, pues si los dos fuesen bondadosos, al invitado que llegara le darían todos los manjares y los más costosos; incluso le regalarían la mesa con las sillas; y hasta le dejarían la casa para ellos irse a vivir a otro lado. Y si los dos hubieran sido como Saráh, quizá ningún invitado habría entrado. La combinación ideal es dar, sí, pero con límite.
A esta pareja le nació un hijo llamado Itzjak, que fue rígido como su mamá. Y como dice el Midrash: “Muchas de las personas que acercó Abraham huyeron de la rigidez de Itzjak”. Por ello, cuando el mayordomo Eliézer salió a buscar una mujer ideal para Itzjak, el requisito que ésta debía cubrir era poseer una bondad extrema:
“A la que yo pida un vaso de agua y me conteste: ‘Pues daré a ti y a los diez camellos que traes’, ésa será la mujer adecuada para Itzjak”, ya que uno necesitaba del otro, el abrir su corazón y su mente para ofrecer ayuda a cualquiera ella para poner límite y control a su inmensa bondad.
A esta pareja le nació el hijo llamado Yaacov Avinu, quien refleja el equilibrio entre estos dos extremos. Por ello la Kabalá, Abraham (y Rivká) se reflejan en la mano derecha, denominada Jésed; e Itzjak (y Saráh), en la mano izquierda, denominada guevurá. Pero Yaacov se refleja en el Tórax simbolizando el equilibrio entre los dos. Y debido a que su otro nombre fue Israel, se nombró así a su pueblo, para simbolizar el camino del medio, el del equilibrio entre el gran deseo de dar, colaborar y ayudar, con el análisis de la cantidad, la forma y el tiempo.
Y el ejemplo siguiente lo representa: digamos que te encuentras con uno que cruzó el desierto y se halla en estado crítico, completamente deshidratado. No porque tengas mucha agua fría le abrirás la boca y se la darás en abundancia y de un solo golpe, pues de esa forma lo matarías. Debes analizar la situación, medir las cantidades de agua que puede recibir al principio; analizar la forma en que se la iras dando, desde lavar su cara, mojar sus labios, echar pequeños sorbos dentro de su boca, y así poco a poco hasta saciarlo. Prácticamente podríamos decir que tu control y limitación es lo que le salva la vida.
Este concepto y esta enseñanza se aplica a aquellos que les gusta ayudar tanto a los necesitados y ser voluntarios en comités que abandonan y descuidan, por esta noble causa, su vida matrimonial, su familia, sus negocios y hasta su salud, algo que al ser descontrolado y sin límites, es negativo, dañino y, por tanto, prohibido. Como dijo el Rey Salomón en Shir HaShirim (1:6): “Me pidieron que cuidara las viñas de los demás y mi propia viña la he abandonado”. Así no debe ser. Una vez más, aprendemos así la regla inquebrantable: todo absolutamente todo, debe tener un control y un limite… incluso las cosas buenas.
Extraído del Libro -El Control de la Vida- Rab Anidjar.
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